miércoles, 23 de abril de 2014

CÓMO ME HICE ESCRITOR, Benjamín Adolfo Araujo Mondragón

CÓMO ME HICE ESCRITOR

Benjamín A. Araujo M.


El proceso de mi inspiración puede ser tan simple como esto: de niño, acaso tendría yo ocho o nueve años tuve la oportunidad de conocer a un poeta de mi tierra, Toluca, Heriberto Enríquez.
Él tenía alrededor de 70 años y yo la edad mencionada. ¿Por qué lo conocí? En la casa de mi abuela paterna, la misma casa en donde nació mi padre, ubicada en Toluca, capital del estado de México, en la calle de Lerdo de Tejada –en una época 48, luego 424-, muchos domingos asistían a la comida dominical dos escritores mexicanos que luego supe tendrían importante peso en las letras nacionales y regionales, respectivamente: Don Ernesto de la Peña y el profesor Heriberto Enríquez, este último por cierto autor del Himno al Estado de México.
Don Ernesto era oriundo de la capital. El maestro Enríquez, toluqueño. Enriquitos, que era como se le conocía habitualmente entre los toluqueños, quizá por su bonhomía y su carácter. Haberlo conocido en las tertulias dominicales en la casa de mi abuela Dolores Iniesta viuda de Araujo, me marcó. Su charla con constantes acotaciones literarias me incitó a las letras. Y ello hizo que yo pidiera a mi padres, Guadalupe y Adolfo, como hijo mayor que yo fui –de siete hijos-, permiso para visitar al poeta, profesor Enríquez, quien vivía a dos cuadras de la casa.
Si yo terminaba mis tareas escolares –que esa era la condición impuesta por mis padres-, tenía permiso automático para visitar al vate unas dos horas o máxime dos horas y media. Ello ocurría unas dos veces por semana; y así fue durante largos cuatro años.
En ese tiempo logré conocer tempranamente a los autores que acaso hubiera conocido después, como así fue más tarde. Tenía yo, ahora lo valoro, a un maestro de lujo, dado que él había sido profesor tanto en el Instituto Científico y Literario de Toluca, como en la Normal de Señoritas. Por sólo citar dos planteles de alto nivel escolar en la región. Por cierto que sospecho por qué Heriberto Enríquez iba a casa de mi abuela. Mi abuelo, Rafael Araujo Espinoza, fue destacado maestro del Instituto, tan es así que aún hoy en día una calle lleva su nombre en mi ciudad de origen.
De ese modo pude conocer a detalle a Miguel de Cervantes Saavedra, a Dante Alighieri, a Petrarca, a Garcilaso de la Vega, a Juan Boscán, a Fernando de Herrera; lo mismo que a autores nativos contemporáneos como Zúñiga o Josué Mirlo. U otros autores mexicanos de renombre como Sor Juana Inés de la Cruz, Gorostiza, Nervo, Pellicer y muchos otros.
Esa didáctica tan incidental y afortunada me llevó a convertirme, paulatinamente, en un lector empedernido, por la vía más directa y genial: el placer.


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