Dame la posibilidad de dibujar
tu rostro
con mis besos;
déjame pintar tu piel con mi tacto.
Quiero dibujar tus ojos azules
con mi cariño
y devoción.
Dame la posibilidad de verte
en mi pensamiento,
vive en mis sueños;
aparécete en mis pesadillas
y...sálvame...
Quiero ser el dibujante de tu cuerpo:
de tus manos,
tus piernas,
tus senos
y tu sexo.
Dame la posibilidad de serlo,
sólo por una eternidad
y ya...
sábado, 23 de octubre de 2010
miércoles, 20 de octubre de 2010
VECINAS
. VECINAS .
por Benjamin Araujo Mondragon
Eran bellas, bellísimas. Llegaron más o menos poco después de que había empezado la primavera. Las dos con un porte y una sensualidad impresionantes. Una, de enormes pestañas y cabellera rubia; la otra, con una boca de una sexualidad apabullante y de una espesa, negra, abundante pelambre. Las miré, me miraron. Estoy seguro que no les caí mal, porque incluso tuve la impresión de que, coquetas, ambas me sonrieron, mirándome de soslayo; y aunque no me hubieran sonreído, me vieron, de eso estoy cierto y con eso me basta.
Cuando llegaron, no lo podía creer. Ese par de hembras tan bien dotadas, de pronto, de la noche a la mañana, convertidas en mis vecinas, a un lado de mi casa, que desde ese momento se convirtió para mí en una verdadera prisión por saberlas a mi lado y yo en la imposibilidad de hacer otra cosa que mirarlas, obsesiva y eróticamente: mirarlas.
Desde el día en que llegaron creo no haber hecho otra cosa que mirarlas. Si acaso interrumpía ese ritual admirativo sólo para medio comer y dormir un poco, dejaba a medias esas labores a las que la fisiología me obligaba y volvía a asomarme por una especie de ventana que me permitía indefectiblemente verlas, no perdermeni uno solo de sus movimientos.
Es imposible mentir y dejar de confesar que a unos pocos días de la llegada de este par de virtudes corporales, yo era un enfermo enamorado que no podía hacer a un lado los sueños y las ideas eróticas. Deseaba poseerlas, no lo niego, ansiaba hacerlo; no pensaba en otra cosa que no fuera estar encima de ellas, copulando; primero sobre una, luego sobre la otra; así: de ser factible hasta la eternidad.
Me creía con tal ardiente deseo que hubiera apostado mis pobres posesiones a que tendría la fortaleza de estar en tratos carnales con las dos, al mismo tiempo, por siempre: incansablemente.
Creo que hasta perdí peso. Me puse triste y ojeroso. Y hubo ocasiones de desventura y desesperanza en que llegué a planear el suicidio. Pero la idea, ya un poco más reposado, me pareció ridícula: ¿qué se iba a decir, en un momento dado, en las páginas de los diarios, de un burro que se quita la vida en un zoológico, al parecer por el imposible amor que sentía por las yeguas de una jaula contigua?...
por Benjamin Araujo Mondragon
Eran bellas, bellísimas. Llegaron más o menos poco después de que había empezado la primavera. Las dos con un porte y una sensualidad impresionantes. Una, de enormes pestañas y cabellera rubia; la otra, con una boca de una sexualidad apabullante y de una espesa, negra, abundante pelambre. Las miré, me miraron. Estoy seguro que no les caí mal, porque incluso tuve la impresión de que, coquetas, ambas me sonrieron, mirándome de soslayo; y aunque no me hubieran sonreído, me vieron, de eso estoy cierto y con eso me basta.
Cuando llegaron, no lo podía creer. Ese par de hembras tan bien dotadas, de pronto, de la noche a la mañana, convertidas en mis vecinas, a un lado de mi casa, que desde ese momento se convirtió para mí en una verdadera prisión por saberlas a mi lado y yo en la imposibilidad de hacer otra cosa que mirarlas, obsesiva y eróticamente: mirarlas.
Desde el día en que llegaron creo no haber hecho otra cosa que mirarlas. Si acaso interrumpía ese ritual admirativo sólo para medio comer y dormir un poco, dejaba a medias esas labores a las que la fisiología me obligaba y volvía a asomarme por una especie de ventana que me permitía indefectiblemente verlas, no perdermeni uno solo de sus movimientos.
Es imposible mentir y dejar de confesar que a unos pocos días de la llegada de este par de virtudes corporales, yo era un enfermo enamorado que no podía hacer a un lado los sueños y las ideas eróticas. Deseaba poseerlas, no lo niego, ansiaba hacerlo; no pensaba en otra cosa que no fuera estar encima de ellas, copulando; primero sobre una, luego sobre la otra; así: de ser factible hasta la eternidad.
Me creía con tal ardiente deseo que hubiera apostado mis pobres posesiones a que tendría la fortaleza de estar en tratos carnales con las dos, al mismo tiempo, por siempre: incansablemente.
Creo que hasta perdí peso. Me puse triste y ojeroso. Y hubo ocasiones de desventura y desesperanza en que llegué a planear el suicidio. Pero la idea, ya un poco más reposado, me pareció ridícula: ¿qué se iba a decir, en un momento dado, en las páginas de los diarios, de un burro que se quita la vida en un zoológico, al parecer por el imposible amor que sentía por las yeguas de una jaula contigua?...
lunes, 18 de octubre de 2010
domingo, 17 de octubre de 2010
VEN...A MÍ
Calma mis ansias de matador,
de torero sin corridas:
ven a mí,
muy despacio,
no hay prisa
sin prisa es mejor la aventura
sabe a miel
sabe a néctar de las diosas,
a néctar
de su sagrado sexo...
ilúminame
con tu plexo
sexual
de torero sin corridas:
ven a mí,
muy despacio,
no hay prisa
sin prisa es mejor la aventura
sabe a miel
sabe a néctar de las diosas,
a néctar
de su sagrado sexo...
ilúminame
con tu plexo
sexual
A CARLOS MONSIVÁIS (1938-2010)
Mi querido Carlos,
aquí estoy, ante tí,
otra vez,
como cuando,
en las tempranuras
de mi adolescencia,
te entrevisté
en tu casa de La Portales.
Te veo yerto,
y no te creo.
No te creo muerto,
porque estás más
vivo que nunca
en la conciencia de
nuestro tambaleante pueblo,
que está siempre a punto
de morir
pero parece eterno.
Atento está
el pueblo
ante tu féretro;
y tú eres todo
menos la solemnidad,
que odiabas
y de ella hacías parodias.
El pueblo
aunque no te guste
es solemne:
y en esa pose está
ante tu féretro.
Está más claro que nunca
que son más los que te reconocen
que los que alguna vez te leímos.
Pero esa pasa a una segunda parte,
no cobra relevancia, me dirías:
y te imagino,
rodeado de gran cantidad de gatos,
como acostumbrabas,
dispuesto a la eternidad.
Luego sabremos:
tú adquiriste
a cada uno de tus gatos
sus siete vidas;
por eso es pasado
a la eternidad...
tan de repente...
aquí estoy, ante tí,
otra vez,
como cuando,
en las tempranuras
de mi adolescencia,
te entrevisté
en tu casa de La Portales.
Te veo yerto,
y no te creo.
No te creo muerto,
porque estás más
vivo que nunca
en la conciencia de
nuestro tambaleante pueblo,
que está siempre a punto
de morir
pero parece eterno.
Atento está
el pueblo
ante tu féretro;
y tú eres todo
menos la solemnidad,
que odiabas
y de ella hacías parodias.
El pueblo
aunque no te guste
es solemne:
y en esa pose está
ante tu féretro.
Está más claro que nunca
que son más los que te reconocen
que los que alguna vez te leímos.
Pero esa pasa a una segunda parte,
no cobra relevancia, me dirías:
y te imagino,
rodeado de gran cantidad de gatos,
como acostumbrabas,
dispuesto a la eternidad.
Luego sabremos:
tú adquiriste
a cada uno de tus gatos
sus siete vidas;
por eso es pasado
a la eternidad...
tan de repente...
Suscribirse a:
Entradas (Atom)