AMANECERES
I
Al inicio de todo, la marcha del
silencio aprisionaba;
fue el momento del alba de los tiempos,
el anuncio de que la razón inclemente
era promesa, pero sólo profecía
irreverente.
Luego vino, con millones de años,
infectados de
vida, recluidos en promesa
de amor, sueños, banderas, muchas
mentiras
envueltas de verdad y sutilezas del
azar:
jugando siempre a crear sociedades,
a fallar en colectivo,
a soñar en falansterios.
El lenguaje de las hojas,
el parloteo inmenso de los ojos de las
fieras;
esta tosca verdad de cavar, y cavar,
cavar con el lenguaje para encontrar
los huecos de las dudas
y añorar y crear puentes entre
sé y creo,
la fe y el conocimiento,
embalsamado territorio nuevo
hizo invisibles esos puentes secos.
Un falso nuevo territorio utópico,
una manera de mirar la vida,
ramas y ramas, de aparente unión,
muchas verdades de ninguna
al fin, nubes de enredadera
en nuestra infértil vanidad humana.
Pero avanzamos, sí, centros del
Universo,
pobre humanidad ahíta de atavíos:
frutos del agua, cristalinos hijos,
con un fondo muy turbio
entre saber y creer.
Amanece en momentos para todos:
nace un poeta, crece un músico,
una escultora bella, esculpe,
y embellece el ambiente;
surgen ideas, inventos,
en hombres y mujeres florecidos.
Amanece pocas, breves,
pero permanentemente veces;
sucede que olvidamos
que odiamos, cuando amamos.
El orgasmo, de cada uno,
es premio a su presencia
en el espejo de la amada,
del amado.
Amanece cada vez que nace un hijo,
hay fiesta en los oídos cuando
llora, junto al pecho materno,
una criatura.
Anverso siempre, la vida nos potencia;
no necesariamente la muerte es su revés.
Firme en la negación, sutil oscuridad,
niega y afirma todo porque
poco somos cuando nada somos.
La nave de papel en que viajamos
cruza los mares con credencial rota,
vamos como sabiendo a dónde vamos;
suplimos la ignorancia con la risa.
Suplimos la ignorancia con remedos.
Y una gaviota mira, voltea, nos
ignora y reemprende su camino
sin fatigar sus dudas cuando vuela.
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