CAÍN Y ABEL
En la deshonra
de las noches calladas,
mi llaga se
esconde de mi conciencia
debo tener
paciencia, mucha paciencia
pues la culpa
persigue mis voces, y mis hadas.
Es mi hermano,
el hombre, mi hermano
ya difunto, que
me hace expiar mis penas
y sus pasos,
persiguen, son condenas
de mis pasos
lejanos, y cercanos…
El destino es
muy cruel, ya lo imagino,
cercando mis
angustias, y mis culpas
tengo los pies
bien firmes, mi destino
es mi esclavo
infiel: ya soy difunto.
El cruel final
de Abel, me quita el sueño;
saber que fui
yo, el cruel, mi pesadilla
y rondar la
orillas, da culpa y zancadilla
y ya quitar la
culpa; ese es mi empeño.
¿Por qué hados
tan crueles, me dibujan,
me cercan, me
asimilan…? Me ablandan,
me atropellan,
me tiran, desesperan
y no me dejan
paz, pues ¿qué esperan
de mí? Digo,
¿qué esperan? ¿Qué corra,
me acelere, me
vaya por las calles
lamentándome a
gritos…? ¿qué enloquezca?
No sé, en
verdad, no sé, vago en lamentos.
No sé ya ni lo
que hago. Ni lo que digo, sé…
soy un
desastre; arrastro la cobija,
lloro y me
desespero, tiro hacia no sé dónde
y vago como
loco, la noche es un tormento.
¿De quién me
escondo acaso, si nadie me persigue…?
Pero la culpa
avanza, crece, me ahoga, me consume…