C U L P A S
Benjamín A. Araujo M.
Elévate, vuela, esfúmate: sal de ese hoyo en que te has escondido, le dijo su mujer a Marco Aurelio, cuando despertó.
Marco Aurelio tenía dos años con ese mal. Una suerte de sordera y un ensordecedor ruido interno que le provocaba fuerte jaquecas. Dolores de cabeza insoportables. Y una necesidad de estar solo y a oscuras, porque hasta el más mínimo rayo de luz le molestaba.
Irene era su quinta mujer. Las cuatro anteriores lo habían dejado por causas diversas. Pero en el fondo era sólo una la razón: su carácter irascible. Su impaciencia. Sus dolores y males que fueron aumentando conforme la edad crecía.
Marco Aurelio tenía 60 años. Había llegado a la llamada tercera edad, con trabajos; en su rostro se notaba el peso de los años, pero sobre todo las marcas de la culpabilidad. Culposo era porque años atrás había peleado con sus padres por la herencia.
Primero, le soportaron. Pero conforme pasó el tiempo y creció la intensidad de las broncas, le enfrentaron. No obstante él se salió con la suya, en parte, y les despojó cuando menos de la mitad de su fortuna. Precaria fortuna hecha con el esfuerzo y paciencia de ambos. Él, como contador, ella como secretaria de prominentes políticos. Marco Aurelio era ambicioso. Lo aprendió de su madre.
Marco Aurelio se levantó del lecho. Abrazó a su mujer y llorando le pidió le tuviera más paciencia. Irene había sido la mar de entregada a su marido. Y era la fiel imagen de que no había quinta mala. Los hijos de Marco le habían reconocido a ella que se entregó a su padre, con cuerpo y alma. Sobre todo ésto último, pues era con sus actos un ejemplo de piadosa serenidad y calma. Ellos reconocían que, por encima de su madre biológica, habían logrado todos una mujer maternal con la presencia de Irene.
Ya de pié. Marco pidió a Irene le indicara a dónde irían. Al médico, dijo ella. "Hoy es tu cita".
Marco Aurelio fue quedándose solo. Peleó con sus hermanas y hemanos por las mismas razones por las que había reñido con sus padres. Hasta no soportar tener a un pariente cerca.
El psiquiatra le describió su situación, claramente psicosomática: "Estás pagando tus culpas; y mientras no te perdones, no habrá remedio posible ni medicina que te cure", dijo enfático.
Marco Aurelio no se perdonó. Se castigó los últimos años de su vida y fue, ciertamente rico pero imposibilitado para gozar de su fortuna.
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