LA
NOCHE
Sobre la yema de
los dedos
se sostiene la
noche
aérea y enorme.
Carlos
Pellicer
Pasada la tarea,
cotidiana y doméstica,
llega a posarse en
los hombros, la noche
simple y negra,
ruda pero relajada;
no admite réplicas:
es plena y nunca vana.
Tiene grises los
ojos, las manos flacas,
la sonrisa
tranquila, muy cansada la pose
y hay fuerza en su
mirada, sutil y clara.
La noche espera
todo, pero anida en nada;
clama por los
finales, pide recuentos.
Asoma a hacer cual
flores, esperanzas,
promete amaneceres,
carga placeres;
oculta impaciencias
y nunca desespera.
Espacio palpitante,
de una sed insaciable,
goza con el declive
de los días y sus seres,
nunca se adelanta,
puntual, fina, sencilla:
abre sus puertas
para que todo quepa;
oculta crímenes,
acosa a incansables;
no le teme a las
predicciones y adelanta
finales indecisos o
plenitudes invisibles.
Es la noche un
trozo de silencios embozados,
un espacio para el
ladrar de perros escondidos,
una casa en ruinas
y un collar de horas, para
contar en sueños y
abrazar en pesadillas.
Pasada la tarea,
cotidiana y doméstica,
llega a posarse en
los hombros, la noche
simple y negra,
ruda pero relajada;
no admite réplicas:
es plena y nunca vana.
Tiene grises los
ojos, las manos flacas,
la sonrisa
tranquila, muy cansada la pose
y hay fuerza en su
mirada, sutil y clara.
La noche espera
todo, pero anida en nada;
clama por los
finales, pide recuentos.
Asoma a hacer cual
flores, esperanzas,
promete amaneceres,
carga placeres;
oculta impaciencias
y nunca desespera.
Espacio palpitante,
de una sed insaciable,
goza con el declive
de los días y sus seres,
nunca se adelanta,
puntual, fina, sencilla:
abre sus puertas
para que todo quepa;
oculta crímenes,
acosa a incansables;
no le teme a las
predicciones y adelanta
finales indecisos o
plenitudes invisibles.
Es la noche un
trozo de silencios embozados,
un espacio para el
ladrar de perros escondidos,
una casa en ruinas
y un collar de horas, para
contar en sueños y
abrazar en pesadillas.
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