Recordarte era un placer. Tenerte en mi mente, un hallazgo renovado. Pero nunca me dí cuenta de que todo era ilusión. Hasta que me decidí a hablarte. Entonces lo supe todo: mis falacias cayeron al piso como un rompecabezas sin solución; ya no supe más de mi y logré conocerte: vanidosa, superficial, coqueta, irreverente, la nada con falda...
Eso sí: seguí soñando con tu cuerpo. Al cual despojé de sentimientos como un homenaje a tu verdadera persona. Eras mi gozo, es cierto; pero no logré soportarlo por mucho tiempo y te asesiné en sueños...
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