LITURGIA
El
poema es una ceremonia fúnebre.
Todo,
inclusive la muerte, exige una liturgia.
Octavio
Paz.
Inculcados de amor,
crecimos como clan,
mis vegetales ojos
se asomaron al árbol
genealógico y respiraron
voces añosas de polen
armonioso que fingían
ser una colmena que
nunca se dispersa.
Sólo la muerte contradijo
ese introito de este
ritual familiar congénito.
La única razón de ser
es la palabra; y a ella
me acojo cuando asomo
la tecla para adivinarme.
Es la palabra un canto
gregoriano que alerta
a Dios sobre el hombre.
Es la palabra, un grito
de Dios dirigido a los
hombres, por el hombre.
Un solo canto, un canto solo;
un poema únicamente, sólo un poema.
La verdad disfrazada de historia
compartida que nada más
el autor conoce, y canta.
Canto ritual, liturgia de la tribu,
que permite hacer cantar
hasta a los mudos y los sordos.
Testamento infinito, legado
de una mano escrita por
todos los poetas de una
patria, que son todas…
y ninguna…
La infancia de la sombra,
con palabras, el verbo
hecho miradas al futuro.
El presente inmanente,
los silencios ruidosos
y múltiples de significados.
Desnuda, arrepentida,
la palabra se arropa
en el poema, esconde
todo su origen sacro,
y sin embargo muestra,
juega, enseña, adivina,
adelanta y bendice…
pero no maldice,
bien decir es su misión,
su meta, su esencia,
condición encadenada
del fuego que arde
desde que el hombre
escribe y comunica
todo, hasta lo que no sabe.
La palabra, callada sombra
a gotas; esencia de la luz,
mortaja del silencio.
Silencio al fin, que expresa,
lo que apresa, dice, confirma,
ratifica y deja luceros de duda
en las piedras que acuna.
Afuera llueve, adentro está mojado,
las gotas de agua caen sobre la mesa.
Un hombre en sed infecto, estira la
mano,
en la mano un ojo, que quiere un
poema:
soledad y azúcar se lleva el viento.
El hombre cae y muere, murió ahí
la tristeza, murió la palabra, se
inundó
la mesa. Este rito es largo,
resucita siempre la palabra impresa.
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